domingo, 17 de octubre de 2010

Gary Noesner, ex agente del FBI, se dedica a negociar secuestros

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Esta autoridad en el tema, quien también ha participado en casos en Colombia, habló con EL TIEMPO.

Washington. En el mundo, sobre todo en ese que siguió a los atentados del 9-11 contra Washington y Nueva York, la premisa de no negociar con terroristas es casi un mantra. Sin embargo, de eso vive desde hace 30 años Gary Noesner, un ex agente del FBI que le ha dedicado su vida entera al arte, porque en cierto sentido lo es, de concertar con delincuentes para obtener la liberación de rehenes.
Noesner, de hecho, es considerado un pionero de esta disciplina en Estados Unidos pues ayudó a desarrollar el programa, con todo y sus principios de negociación, que hoy utilizan las autoridades de EE.UU. y otros países.
Primero, como jefe en el FBI del departamento que se dedica a la toma de secuestros y ahora como consultor de una firma internacional de seguridad, ha participado en más de 150 casos de secuestros a lo largo de los cinco continentes, muchos de ellos famosos y en Latinoamérica, como la toma de la Embajada de Japón en Perú en 1996 y el de los tres estadounidenses que estuvieron en poder de las Farc casi 5 años y medio.
"Tal vez el único sitio en el que no he estado es Groenlandia", dice Noesner, no sin cierto orgullo, a EL TIEMPO.
El ex agente acaba de publicar un libro, Paralizando el tiempo, en el que cuenta su apasionante historia y hasta traslada los principios de la negociación a la vida cotidiana, en el ambiente laboral o, simplemente, cuando se está frente a un hijo que no quiere ir a la escuela.
Lo primero que llama la atención de Noesner es una calidez que desarma y lo buen conversador que es. "Mucha gente cree que se debe ser psiquiatra o psicólogo para ser un negociador pero ese no es el caso. Se necesitan son buenas comunicaciones interpersonales y poder mantener el control de las emociones en situaciones tensas. Eran cualidades que yo tenía y que fui refinando con el tiempo", afirma al explicar por qué, de todas las carreras posibles que le ofrecía el FBI, escogió la negociación de secuestros.
Colombia, donde más ha trabajado
Su historia con Colombia es larga y aunque no precisa en cuántas situaciones de secuestros ha participado, tiene claro que es el país del mundo que más ha visitado para interceder en la liberación de rehenes. Recuerda, por ejemplo, el caso de Thomas Hardgrove, un estadounidense que trabajaba para una compañía agrícola en Medellín y que fue secuestrado por las Farc. El caso, que terminó convertido en la película Proof of Life -protagonizada por Russell Crowe-, acabó un año después con la liberación de Hardgrove luego que sus familiares pagaran un rescate a las Farc.
En su palmarés también está el secuestro en el 2003 de Mark Gonsalves, Tom Howes y Keith Stansell, un caso que le dejó decepciones.
Recuerda, "pensamos que las Farc pedirían dinero, algo que haría viable la liberación". Pero se le cayó el mundo cuando supo que el grupo los tenía como piezas para un intercambio humanitario con el Gobierno, es decir, rehenes políticos. La situación se complicó aún más, dice, dada la intolerancia de su Gobierno y el del presidente Uribe. "Desde el 9-11, muchos Gobiernos se han endurecido y cierran la puerta al diálogo para dar impresión de fortaleza. Pero eso no ayuda mucho. No se trata de hacer grandes concesiones, pero sí de dejar una puerta abierta. En este caso, todas estaban cerradas. Y eso fue tonto", comenta el experto, que conversó en varias ocasiones con representantes de las Farc, pero omite dar detalles.
Noesner recuerda cómo, de hecho, hasta en los peores años de la Guerra Fría se dejó el canal abierto con la Unión Soviética y el mismo general de EE.UU. David Petraeus negoció con insurgentes en Irak para preservar vidas de soldados estadounidenses.
Dos temas le generan emociones encontradas: el pago de dinero a un secuestrador y el rescate militar. Frente al primero dice no tener dudas en que cada vez que se paga un rescate, se estimulan más secuestros. "Yo le pregunto qué haría si fuera su hija o su esposa", me dice. "Suena muy bien decir que no pagará pero eso equivale a una condena de muerte. A veces toca pagar".
Además, según él, lo que promueve el secuestro no es tanto el pago de rescates como la incapacidad de algunos Estados para perseguir a los secuestradores y evitar que vuelvan a suceder.
Sobre lo segundo también tiene objeciones. "Cuando un rescate militar funciona, es maravilloso, pero cuando fracasa, como a veces pasa, muchos mueren. En Colombia, antes de la liberación de los estadounidenses se intentaron rescates tres veces y todos terminaron en tragedia. Lo más importante es asegurar la supervivencia del secuestrado", dice.
Al preguntarle por la operación Jaque, en la que se liberó a los estadounidenses y a Íngrid Betancourt, la cataloga de "operación brillante". Anota, sin embargo, que en ella no hubo armas ni se puso en riesgo a los secuestrados.
Como es obvio, su profesión viene con grandes triunfos y profundas decepciones. El logro más grande de su carrera, dice, fue el caso de los Montana Freeman, en 1996. Esta organización, de la derecha radical, se encerró durante 81 días en un rancho de Montana resistiendo una orden de arresto del FBI. Él lideró la negociación y logró que se rindieran sin que hubiera decesos.
El más amargo, y en eso no tiene dudas, fue el de Waco, en Texas, tres años antes. En esa ocasión, una secta de Dadivianos impidió el ingreso del FBI a su complejo y protagonizó una larga encerrona de 52 días, que culminó en la muerte de más de 80 personas.
"Las negociaciones se abandonaron. Había mucha presión porque nos demorábamos mucho, pese a que ya habíamos logrado sacar con vida a mujeres y niños. Cambiaron a una estrategia más agresiva, que terminó en la tragedia que se conoce. El FBI se equivocó. Pero de allí se aprendió mucho", dice.
Aunque para él no hay secuestro que se parezca, sí existen patrones comunes que los hacen más o menos peligrosos. Las Farc y otros grupos de América Latina practican secuestros económicos. En Oriente Medio los mueven motivaciones ideológicas y suelen terminar en la muerte del secuestrador. Pero los más difíciles son los cotidianos, como el loco que se encierra con esposa e hijos y amenaza con matarlos. Es muy difícil -afirma -"porque esa persona no sabe lo que quiere. Hay mucha emotividad de por medio. Mi trabajo es establecer contacto y controlar esa olla de presión".
Por eso, dice Noesner, la autoría de un secuestro es casi irrelevante. "La clave es determinar lo que buscan. Una vez que eso se establece, ya hay por dónde trabajar".
Sergio Gómez Maseri
Corresponsal de EL TIEMPO

F   eltiempo.com

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